Por Martín Sabbatella (publicado el 29 de abril de 2014 en Página/12)* || La juntada
de miles de militantes kirchneristas este fin de semana en el Mercado
Central, para debatir y seguir construyendo futuro, demuestra que este
proyecto tiene una vitalidad y una potencia extraordinarias. No hay
fuerza en el país con este entusiasmo y esta capacidad de movilización y
eso es consecuencia de la decisión de Cristina de avanzar sin pausa por
el camino de una democracia cada vez más ancha y más profunda. Esta
pasión militante es la mejor garantía para no retroceder a los tiempos
de la antipolítica y del Estado gestionado por gerentes del poder
económico.
Recordar para no volver
El siglo pasado
no terminó como la inmensa mayoría de argentinos y argentinas hubiéramos
querido. El terreno ganado en materia de acceso igualitario a derechos
políticos, económicos, civiles y sociales que supimos conseguir fue
bombardeado por minorías con mucha renta y sin escrúpulos, que
combinaron violencia y corrupción para recuperar los privilegios
perdidos. La profundidad de las conquistas sociales, la conciencia
popular sobre sus propios derechos y la resistencia militante fueron
diques importantísimos para evitar que el avance reaccionario fuera aún
más devastador.
Agotado el recurso de imponer a fuego a fraudulentos y dictadores,
el establishment se granjeó para el postre del milenio el servicio de
dos gobiernos constitucionales –el de Menem y el de De la Rúa–, para
darse una panzada de acumulación obscena con recetas neoliberales. Las
diez recomendaciones que en 1989 el economista John Williamson extrajo
de la cabeza y los balances contables de los poderes económicos y
políticos estadounidenses para elaborar el borrador del llamado Consenso
de Washington fueron aplicadas con empeño y audacia tanto en nuestro
país como en casi toda América latina. La libertad de los sectores de
privilegio (la que siempre los desveló: la libertad de acumular sin
límites ni regulaciones) significó la condena de las mayorías populares.
El enriquecimiento de esos pocos se correspondió con el derrumbe de una
sociedad que tardó en comprobar que la exuberancia de los de arriba no
iba a derramarse nunca, menos aun desde las copas con champán con las
que festejaban la ruina del pueblo trabajador.
La legitimidad de las urnas no impidió que esos gobiernos serviles y
corruptos se ensangrentaran las manos para defender políticas injustas.
La ejecución de la desigualdad, al fin y al cabo, siempre es asesina:
lo es por la represión violenta de las demandas populares o por la
planificación deliberada de la concentración de la riqueza y la
exclusión.
La patria es el otro
Desde las ruinas de
ese país en llamas, abriéndose paso entre el escepticismo y la
desesperanza, surgió una alternativa política, económica, social y
cultural; un proyecto que hizo propias las luchas emancipatorias de los
movimientos populares, que se desarropó del lastre posibilista y se
erigió en un proceso transformador, rupturista, nacional, popular y
profundamente democrático. Este proyecto lleva más de diez años de
vigencia; una década que se caracteriza tanto por la recomposición del
tejido social, que estaba destruido, como por la persistencia de las
embestidas de quienes ayer se beneficiaron de la privatización del
crecimiento y hoy sufren por la ampliación de derechos y la equiparación
de oportunidades.
El kirchnerismo, inaugurado por Néstor el 25 de mayo de 2003, es el
nombre de una identidad que llegó para quedarse, una identidad fundante
de un nuevo momento histórico en el país. Un proceso político, social,
económico y cultural, liderado por Cristina, que dialoga y se nutre con
lo mejor de la historia nacional y latinoamericana; que recupera,
actualiza y consagra conquistas sociales enterradas por quienes fueron
gerentes públicos del poder privado y que instaura nuevos derechos,
poniéndose a la vanguardia regional en la generación de una sociedad más
integrada, solidaria y democrática.
Sorprende poco que los cómplices y beneficiarios de la desigualdad y
la marginación denuncien este presente como una etapa de conflicto y
crispación. Sorprende menos aún que, tras el disfraz del consenso y el
diálogo (que histéricamente demandan y rechazan), quieran retornar a los
tiempos en los que las decisiones se tomaban en el living de un CEO de
una corporación o en los despachos de un organismo de crédito
internacional en el exterior.
Cuando los pueblos no se callan ni se someten a la injusticia,
cuando el protagonismo social se multiplica y las calles se pueblan de
pasiones, ellos se inquietan y conspiran para revertirlo. Porque la
puesta en marcha de sus programas económicos necesita de una sociedad
paralizada y sin ánimo de salir adelante, necesita locales partidarios
vacíos, parlamentos sin debate, plazas sin banderas. Persiguieron,
torturaron, asesinaron y desaparecieron para aniquilar a los soñadores y
para inyectar el miedo a soñar. Incluso secuestraron y negaron la
identidad a cientos de bebés ante la sospecha de que por sus finísimas
venas corriera la rebelión apasionada de sus padres y sus madres.
Necesitaron, luego, construir la ilusión primermundista, el pensamiento
único, la frivolidad impune, la fantasía de la prosperidad individual.
Todo de la mano de una maquinaria mediática que publicitó mieles de un
paradigma económico y social que condujo a la ruina a millones en
nuestro país y en el mundo.
La desmemoria es su recurso para regresar, es la condición que
necesitan para el retorno. Y por eso también ellos quieren instalar que
lo que vive el país es algo pasajero. La derecha hubiera querido que el
kirchnerismo no naciera. Pero como nació, lo que buscan es clausurarlo
definitivamente; que haya sido, para ellos, un mal trago de la historia,
y para nosotros, algo positivo guardado en la memoria.
La militancia debate y construye futuro
Frente
a eso se impone no bajar los brazos y darle al kirchnerismo su
verdadera dimensión fundacional, para que este proyecto marque los
destinos y la defensa de los intereses populares por los próximos largos
años. Esto es posible y necesario. No sólo por lo que expresa y
significa la identidad kirchnerista: soberanía nacional, inclusión
social, recuperación del Estado, crecimiento del consumo popular,
ampliación y consagración de conquistas sociales, integración regional,
derechos humanos, desarrollo productivo, reducción del desempleo y la
pobreza, etcétera, sino también porque se trata de una identidad que ha
logrado resumir y hacer confluir a las mejores tradiciones históricas de
nuestro país, dándole continuidad en este siglo a la potencia plebeya
de los grandes movimientos populares.
Kirchnerismo es el nombre del campo nacional, popular y democrático
del siglo XXI. Los motivos por los cuales uno se reconoce peronista se
encuentran en el kirchnerismo. Y las razones por las que alguien fue
yrigoyenista a comienzos del siglo pasado hoy también se expresan en
este proyecto; del mismo modo que las causas que llevan a alguien a
identificarse como de izquierda, en términos universales, también están
claramente expresadas en este espacio. No hay nada más peronista que ser
kirchnerista, porque el kirchnerismo es el peronismo del siglo XXI. Y
no hay nada más de izquierda que ser K, porque a la izquierda del
kirchnerismo y de Cristina está la pared. El impulso transformador de
Néstor y Cristina logró un nuevo sentido de pertenencia, una causa común
que explica de dónde venimos y lo que queremos para nuestra patria y
para nuestro pueblo.
Frente a los renovados candidatos a gerenciar las necesidades de un
puñado de intereses privados y ejecutar desde el Estado las mismas
recetas que hundieron al país, el kirchnerismo se alza como una
identidad que garantiza no sólo no retroceder, sino sobre todo seguir
avanzando en la profundización y ensanchamiento de la democracia.
La tarea militante es unir y organizar esa identidad que volvió a
enamorar a miles y miles en el conjunto del país, para anclar
territorial y socialmente el kirchnerismo y el liderazgo de Cristina en
cada rincón de la patria.
Asumimos esa tarea como un deber militante impostergable con una
Argentina que tiene que seguir caminando hacia el horizonte que soñamos y
merecemos.
* Presidente de la Autoridad Federal de Servicios de la Comunicación Audiovisual (AFSCA) y referente nacional de Nuevo Encuentro.